Así como van encaminadas las encuestas; todo parece indicar que Andrés Manuel López Obrador será el próximo presidente de México. Un hombre al que ha sido acusado de reaccionario con la clase empresarial al que cataloga como «minoría rapaz»; férreo opositor del modelo de Milton Friedman y Friedrich von Hayek que terminaron implementando los fallecidos Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Y no es para menos; el mexicano jamás ha estado cómodo con el Neoliberalismo implementado en los sexenios de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari.
Desde Lázaro Cárdenas hasta José López Portillo se dio el Milagro Mexicano, el desarrollo estabilizador. Donde México creció hasta un ritmo promedio del PIB al 7% durantre todo el periodo. El país pasó de una economía enfocada al sector primario —agricultura, ganadería, materias primas— al crecimiento de la industria y el inicio del sector servicios; un aumento considerable de la población de aproximadamente 19 millones de personas en 1940 a 66 millones en 1980, la migración de campesinos a las ciudades de mayor desarrollo: Guadalajara, Monterrey y la Ciudad de México.
Sin embargo, esto trajo un costo social: el Estado proveyó a la población de todo el desarrollo en ese periodo: trabajos, tierras para cultivos, educación, salud; e incluso competencia económica, pues tenía diversas paraestatales —o empresas productivas de Estado— que competían en el mercado nacional, que a pesar de otorgar empleos a quienes los necesitaban, mantenían un modelo de sustitución de importaciones —priorización de lo producido en México para el consumo nacional.
A la llegada de Margaret Thatcher como primera ministra del Reino Unido en 1979 y de Ronald Reagan a la presidencia de Estados Unidos en 1981 el modelo económico global cambió. México ya experimentaba problemas económicos: la devaluación del viejo peso (MXP) de $12.50 en una paridad fija a $20.50 de flotación controlada en 1976 —que terminó pasando hasta $95.05 MXP por dólar en 1982—; una inflación de 98.84% en 1982; la migración mexicana hacia los Estados Unidos, especialmente de campesinos; despilfarros en obras y eventos; y una dependencia del petróleo como eje principal de la economía, que con la crisis de 1979 —la revolución islámica y la guerra entre Irak e Irán— condenaron a México en devaluaciones constantes y en recurrir al Neoliberalismo.
La teoría impuesta por la Escuela de Chicago —o Chicago Boys como suele denominarse— es duramente criticada entre economistas, politólogos y sociólogos —entre socialistas y propios capitalistas— por fomentar un especie de Darwinismo social —es decir, la supervivencia del quien tiene más poder— y dar base a un populismo neoliberal, hasta un anarcocapitalismo. La precarización de los trabajos con la supresión de sindicatos y leyes laborales, la objetualización de hombres y mujeres como mercancía de cualquier ámbito, la concentración de poder sobre una minoría que da origen a desigualdades notorias; el incremento de casos de corrupción, fraude y lavado de dinero; y el desinterés del Estado en inversión pública termina generando un rechazo social; específicamente en Latinoamérica.
La esencia del neoliberalismo es el individualismo; la frase «El cambio está en uno mismo» no es una coincidencia. Al aplicarse este Darwinismo social lo que orilla a uno es valerse por sí mismo para salir adelante, sin importar que los demás prosigan o no; las llamadas «aptitudes a base de competencias». Durante gran parte del Siglo XX, la sociedad mexicana creció con la idea —erronea, según los neoliberales— de que el Estado debe proveer gran parte de los servicios: salud, educación, empleo, seguridad, transporte y servicios básicos como agua, electricidad y combustibles.

Cuando la fundamentación del libre mercado se implementó en los ochentas; con la integración de México al GATT en 1986 —lo que hoy conocemos como la OMC— la privatización de las más de mil empresas del Estado, la firma del TLCAN, la privatización de la banca y la competencia de empresas extranjeras en el país; la sociedad mexicana sintió una desprotección gubernamental abrumadora por favorecer a quienes tenían mayores recursos, al que los hizo más ricos con el fomento del capitalismo corporativo.
Esa desprotección se convirtió en odio al neoliberalismo entre 1994 y 1998 con el Error de Diciembre; al que devaluó la moneda recién convertida en nuevos pesos (MXN) de $3.40 en una banda de flotación a $7.20 de libre flotación, una fuga masiva de capitales extranjeros en tesobonos, créditos impagables para gran parte de la sociedad y una nueva migración masiva hacia los Estados Unidos. Que terminó en el famoso rescate bancario FOBAPROA, que en 2018 seguimos pagando los 125 millones de mexicanos que estamos actualmente.
Es comprensible de quienes simpatizan con el socialismo y comunismo esté orillado su voto hacia el candidato de Morena. En su discurso ha mostrado una clara postura contra la clase burguesa mexicana, pero que dentro del mismo discurso dice no estar peleado con los empresarios; como pasó con Bernie Sanders en la pasada elección estadounidense; por ello, la cadena conservadora FOX News, afín a Donald Trump, los consideró como iguales. Algo similar está sucediendo en Colombia con el candidato de izquierda Gustavo Petro.
También de quienes vivieron durante el Desarrollo Estabilizador, en donde aseguran que estaban mejor en el pasado que ahora al ver cómo su bolsillo ya no alcanza para la canasta básica por haberse reducido su capacidad de compra. Y sobre todo, de quienes al ver los escándalos de corrupción de la actual administración —incluso más grandes de lo que pasó en España, Corea del Sur y Brasil— exigen un cambio, pero sobre todo, que no quede en la impunidad.

México sí ha seguido creciendo dentro del modelo neoliberal —siendo la 15° economía más grande del mundo, dentro del grupo de países emergentes—, al pasar de una base económica dependiente del petróleo a una dependiente de las exportaciones y el turismo, con el Índice de Desarrollo Humano de 0.762 a 2017. Sin embargo, sigue habiendo enormes desigualdades de una zona a otra, distintos mundos en México; desde San Pedro Garza García, Nuevo León —el municipio con mayor desarrollo del país— hasta Santos Reyes Yucuná, Oaxaca —donde el 99% de su población vive en pobreza y pobreza extrema—; y un incremento en inseguridad y corrupción —como el narcotráfico, los homicidios y feminicidios, y la impunidad.
La sociedad exige un cambio; más que un cambio de gobierno, un cambio económico, un cambio social, un cambio ideológico. El neoliberalismo no se irá mientras que el mundo occidental siga imponiendo este modelo económico; sin embargo, tendrá que morir tarde o temprano. El ir en contra de ellos ha representado crisis económicas y diplomáticas. Argentina, Brasil, Irán, Rusia, Venezuela, Cuba, Corea del Norte han ido —o fueron— en contra de las políticas del mundo occidental y eso ha representado en recesiones y crisis económicas, sanciones internacionales y un desprestigio para diversos economistas.
Ese es el miedo principal de los opositores de Andrés Manuel López Obrador en materia económica. Ir en contra del Neoliberalismo, y contra una hegemonía global, puede representar problemas económicos a mediano y largo plazo. Pero al ver cómo miles de mexicanos mueren en la pobreza extrema, cómo los ricos se hacen más ricos, cómo la corrupción impera en las esferas del poder; y en cómo todos los días vemos mujeres, hombres y niños asesinados; la necesidad desesperada de un cambio social se está haciendo más presente entre los mexicanos cada día, al precio que sea.